Godzilla vs. Kong: ¿qué nos dice cada uno?

La mitología detrás de los "monstruos"


Hace un par de días me llegó, a través de “wasap”, el enlace para ver una clase magistral de macroeconomía mundial, dictada en la universidad de Oxford. Al mismo tiempo, me llegó la notificación del estreno del avance de Godzilla vs. Kong. Sobra decir cuál fue mi primera opción.

En el mundillo de las redes sociales y otras yerbas, no tardaron ni dos días en largar la compañía #teamGodzilla, #teamKong. Y justo cuando me iba a sentar a ver la clase magistral de macroeconomía mundial, ¡justo en ese momento!, tuve que encarar esta encrucijada, punto de inflexión que, quizás, marcaría mi vida para siempre... O quizás no, pero Kong tiene un hacha y Godzilla escupe un rayo azul.

Antes de continuar, déjenme aclarar que, cuando una película promete algo gigantesco, yo estoy en primera fila, dispuesto a ser sorprendido. Desde Them! (1954), también conocida como "La humanidad en peligro", pasando por The Amazing Colossal Man (1957), con sus más que sospechosos parecidos con Hulk.

También, El ataque de la mujer de 50 pies, de 1958, con "pies" en referencia a la unidad de medida (no es una mujer de 50 piernas, ni una mujer de tamaño promedio a quien le crecieron, vaya uno a saber por qué, 48 pies en la espalda…, aunque también podría ver esa película). Tampoco olvido (aunque lo he intentado) la altamente erotizada King Kong de 1976, ni Pacific Rim (2013). Vale también nombrar la alucinante Kong: Isla Calavera. Y dentro de este subgénero, que podríamos llamar “Películas que no colocarías en tu CV en la sección de influencias”, mi preferida es King Kong de Peter Jackson (2005). Pensando en esto, la elección de un bando parecía sencilla. Parecía...

Podríamos tachar a todas estas películas como cintas para dejar el cerebro desconectado, pasatistas, de usar y tirar. Pero esto también, además de infravalorar la parafernalia visual y el arte que esto requiere, habla un poco de nuestras ganas de reflexionar. Es cierto, estas películas no lo exigen, pero tampoco te lo prohíben. Para adelantarme, no jugar al misterio y ser de lo más anticlimático posible, voy a decir que mi elección es Godzilla.

La historia de Kong es, sin muchas vueltas la historia del buen salvaje. El hombre blanco alcanza costas inexploradas (?), usando cuentas de colores o la belleza de una dama, cosa que es lo mismo para el funcionamiento de la historia: una posesión más del hombre civilizado, Kong (que es la perfecta representación de lo exótico y salvaje), es derrotado. Una vez capturado y, viaje de por medio, es exhibido en el epicentro del mundo moderno. Tras la evidencia de lo destructivo que puede llegar este primate gigante y, a balazo limpio, el “monstruo” cae a los pies de un rascacielos, perfecto monumento al progreso y la técnica. Con más o menos matices, esta es la historia de Kong. En 1933, en su faceta más monstruosa, solo al final el verlo herido nos lleva a empatizar con él. En el 76… Bueno, no sé qué quisieron hacer en la película del 76. Una versión totalmente romántica es la de 2005, donde Kong pasa a ser directamente un gorila. Sea como sea, la tragedia en esta historia es la de Kong. Y los protagonistas, sin muchas consecuencias para ellos o su mundo, terminan la historia con una especie de “uy, qué calamidad, lo matamos”. 

Godzilla -Gojira- es otra cosa. Es una película de 1954, dirigida por Ishiro Honda, quién también es uno de los guionistas. Para entender a este personaje, tenemos que recortar un poco su filmografía porque, como le pasó a Rocky, muchas de las secuelas no le hacen justicia a sus comienzos. Si el señor Honda es el padre, se puede decir que esta bestia tiene dos madres: Little Boy y Fat Man. Las dos bombas nucleares arrojadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Entonces, en primer lugar, Godzilla nos habla de una atrocidad a la que no se suele dar el peso que tiene: dos (¡DOS!) bombas atómicas impactando, en 1945, sobre ciudades y matando a 120 mil personas, en su gran mayoría civiles. Después de nueve años de gestación, aparece esta película.

Claro que existen antecedentes "jolibudenses” para este tipo de historias. El más evidente sea, quizás, The Beast from 20,000 Fathoms (El monstruo de tiempos remotos), de 1953. Pero los japoneses realmente sabían de lo que estaban hablando. Y es que, en Godzilla, la tragedia cae sobre las personas. La pérdida, la devastación, las familias separadas, los refugiados, la impotencia ante una fuerza inconmensurable, imparable y hasta el momento desconocida... Y no siendo bastante con esto, Godzilla muestra una cara nueva, una lectura que se aleja de la dicotomía del bien y del mal. A luz del sintoísmo (shintoismo) este monstruo devastador se revela como una fuerza de la naturaleza, amoral en el más inhumano de los sentidos.

El sintoísmo es una religión originaria de Japón que se basa en la adoración de los Kami, espíritus de la naturaleza. Es una especie de animismo 2.0 que fue impulsado por el gobierno japonés durante la segunda guerra mundial para reforzar el espíritu nacionalista. Un gran ejemplo del sintoísmo estallándote en la cara es La princesa Mononoke (1997).

Para entender un poco mejor a Godzilla, basta ver las versiones japonesas, puntualmente la del 54 y la de 2016. Marco estas dos para evitar la interminable sucesión de "Godzilla versus" que poco aportan al mito. Y compararlas con el Godzilla estadounidense de 2014, o aquel homónimo accidente fílmico perpetrado en 1998. Hay una dimensión mítica que se pierde en la traducción del japonés al inglés, algo que la cosmogonía de jolibud no logra aprehender. Y si lo pensamos, es un poco lo que pasa entre Big Foot y Sasquatch. El primero es un animal extraño, un eslabón perdido si se quiere, pero atado a un pensamiento totalmente materialista. El segundo (creencia original del cual deriva Pie Grande) es un ser mitológico, que se le aparece a los hombres cuando estos desvían su camino. Un ser, también denominado “hermano mayor”, que busca el equilibrio entre el hombre y la naturaleza.

Mientras, King Kong es una (trágica) historia más de la arrogancia del etnocentrismo, donde se advierte nuestra responsabilidad al estar en el escalón más alto de la creación. Pero en ningún momento se cuestiona este primer lugar en el podio. Por otro lado Godzilla, le pega un hondazo al ego de cualquier antropólogo, poniéndonos frente a frente con una deidad (ni grecorromana, ni judeocristiana).

Etiquetas: La columna de El Santa

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