Las cinco mejores películas de encierro

La Biblioteca del Fin del Mundo - 12º Capítulo

Podés ver el 11º capítulo de la Biblioteca del Fin del Mundo en este LINK.

¿Cuáles son los mejores libros, cómics y películas de la historia? En esta serie creada por El Santa (santaplix_el_santa), un muchacho escapa con su carpincho (sí, leíste bien) a través de un mundo posapocalíptico mientras hace la lista de textos a salvar en su... ¡Biblioteca del Fin del Mundo!

Lo ridículo que se veían estos tres personajes encajados junto con los libros, revistas, DVD dentro del minúsculo auto verde contrastaba con la seriedad de las palabras de “El Tege”.

Sí, El tege, un nombre al que Machuca llegó en un dos por tres, gracias a una sólida formación en apodos cultivada en los recreos de la primaria. “Te conocí como un cachorro de carpincho. Después fuiste mi Godsila y ahora sos como un Tecno Godsila. T, G. El Tege”. Le dijo la primera noche, unas horas después del reencuentro. Pasado el primer impacto al ver la nueva forma de su amigo.

“El accidente que empezó todo esto estalló en el norte. Alguien trató de usar nuestra tecnología. De combinarla con un acelerador de partículas o algo así. El coso ese sigue dando pulsos. Y cada vez son más seguidos y más fuertes. Sé dónde está, pero necesito el translocador para llegar hasta él. Nuestras máquinas no funcionan tan bien en esta esfera…” Mahapu sentada adelante, junto al muchacho, interrumpió la voz sintética de El tege “No, porque solo en su esfera de locos son lo bastante fanáticos.” El enorme cuerpo metálico, coronado con la cabeza del roedor más grande del mundo, se inclinó hacia adelante. El autito zigzagueó en la ruta vacía “No somos fanáticos”. Ella agregó con desgano “Preguntale por qué rezan. Fanáticos religiosos…” su voz se fue evaporando en el aire. “Meditamos a través de un mantra. ¡Es distinto!” Así avanzaron en el camino y en la noche. En un constante contrapunto. Machuca quien parecía tener en sus manos el veredicto final sobre la discusión, no tuvo oportunidad de meter bocado.

Lo que parecía ser la delicada línea de luz que anunciaba la mañana en el horizonte avanzó como una estampida blanca. Era otro pulso. Machuca no pudo hacer nada y no podía hacer nada. Aquella marea cegadora se extendía hasta donde el ojo llegaba a ver. Se estrellaron y hundieron en ella.

Los vidrios del auto se quebraron por el cambio de temperatura. Empezaron a dar vueltas como un trompo en una extensión infinita de blanco. Terminaron por dar tumbos. Cinco vueltas completas, golpeando una y otra vez sobre la nieve, hasta que las puertas del auto se abrieron y todo su contenido se desparramó en un patrón espiralado.

Una vez que El Tege puso el auto sobre sus cuatro ruedas, los tres se refugiaron en el vehículo. Por el momento era lo único que podían hacer. El próximo pulso los sacaría de ahí. Si es que llegaba. Si es que el tiempo en esta esfera, fuese cual fuese se correspondía linealmente con la del origen de los pulsos. O tal vez, un nuevo pulso llegaría para transportarlos a un lugar peor, O podría superponerlos con un edificio o una multitud. “¡Tenemos en transfocador! Y todavía tengo bastante del líquido para activarlo.” Dijo Machuca tratando de no tiritar. “Si alguno de los dos sabe hacer los cálculos con todo gusto, me sumo al salto”. Sentenció ella. Hubo un breve silencio hasta qué “Es uno de nuestros polos” El Tege oteaba el horizonte. Había visto algo familiar en la distancia. “Prepárense para el salto. Alisten todo.” Salió del auto. Dio unos pasos y a un par de metros se arrodilló un momento. “Fanáticos religiosos” murmuró Mahapu.

Desde el interior del auto vieron levantarse el aparatoso cuerpo del carpincho. Lo vieron cada vez más borroso a medida que se alejaba. La ventisca lo hizo desaparecer. Así como hizo desaparecer el límite entre el cielo y la tierra. “¿Es de fiar ese amigo tuyo?” El muchacho la miro con indignación “¿La cabeza del carpincho que alguna vez tuve y que ahora está pegada a un cuerpo robótico que puede o no haber devorado el cadáver de un monstruo?” Hizo una pausa. “A mí me da buena espina”. Ambos sonrieron y quedaron en silencio. “Contame una historia. Qué. Siempre decís que querés fundar una biblioteca para conservar las mejores historias por si el mundo se acaba. Bueno, si nos morimos congelados acá o el bicharraco ese está equivocado… Así que tenés que saber miles de historias.” Machuca tragó, con dificultad, las consecuencias de las palabras que su amiga había dejado caer sin cuidado. Intentó estirarse para no pensar en el fin del mundo, pero las manos se chocaron con su encierro:

Hidden (2015)

Una familia se refugia en un búnker escapando de un terror que amenaza sus vidas. Cuidado, la película ofrece escenas de violencia explícita contra una muñeca que habla.

Calle cloverfield 10 (2016)

Te despertás en una especie de casa búnker y la persona que te llevó hasta ahí jura que afuera todo está colapsado.

 

La habitación del pánico (2002)

Esta película con un reparto increíble es como una Mamushka de desesperación. Una mujer y su hija encerradas en una caja dentro de la caja que fue su hogar acechadas por unos malhechores con malas intenciones.

 

Cuando sopla el viento (1986)

Tal vez, la película más triste de la lista. Tal vez una de las películas más tristes de cualquier lista que pueda existir. Una pareja de ancianos intenta sobrevivir a la caída de una bomba nuclear encerrándose en su casa.

 

La ventana indiscreta (1954)

El encierro más burgués que jamás se haya documentado, pero una película muy entretenida. Más aún a la luz de sus reversiones y homenajes.

Cuando él terminó de contar las cinco historias ya habían pasado más de tres horas desde la partida de El Tege. Mahapu murmuró un poco molesta “Por ahí no eran las mejores historias para contar en este momento”. La nieve tapaba la mitad del auto y la tormenta no dejaba de envalentonarse. De golpear los vidrios quebrados, que poco a poco iban perdiendo la batalla.

A unos pocos metros del auto se formó la imprecisa silueta del cíborg. Fue un alivio para Mahapu y Machuca. Uno que no duró poco. El tege estaba bañado en sangre. A pesar de esto, su actitud era de lo más jovial “¿Tenés listo el translocador?” Machuca se lo entregó, listo para ser activado. “Excelente. Ustedes quédense ahí”. La familiaridad y precisión que demostraba el carpincho para manipular el aparato dejó pasmados a los dos viajeros. “Voy a saltar yo primero. Ver que está todo bien y vuelvo por ustedes. No salgan del auto” Gritó El Tege desde afuera, golpeó el capot del auto. Levantó el pulgar con toda la confianza del mundo e hizo exactamente lo que había planeado.

Unos minutos después, los tres se encontraban nuevamente con la cordillera de los Andes a su derecha. Aunque ni Mahapu, ni Machuca podían festejar el regreso. Los dos miraban a su nuevo compañero tratando de entender lo que había pasado. “Oh, cierto” El Tege tomo conciencia de su estado “Creo que tengo que explicarme un poco:

Cuando estábamos en la nieve, pude ver a lo lejos algo moverse. Parecía ser un Mombaco. Una especie de Mamut blanco. No me tomó mucho tiempo encontrarlo, ni acabar con él. Para cuando terminé de beber toda su sangre, una treintena de carroñeros esperaban por el cuerpo para darse el gran festín. Logré hacer el salto un poco más al sur, así que ganamos tiempo” siguió hablando de la empresa que tenían por delante, pero se detuvo cuando notó que nada había quedado claro para sus compañeros.

“¿Le tomaste la sangre?” Machuca pálido, dijo sin fuerza. “Si, claro. Pero por necesidad para hacer todos los cálculos para el salto, necesitaba mantener a esta maravilla contenta y afilada.” Se señaló una sección de metal que se abrió en un click. Dejo expuesto un contenedor transparente y en él suspendida en sangre un óvalo negro. Al no ver reacción alguna frente a su audiencia dijo “Es una piedra profunda”. Ninguna reacción. “Contiene el alma de una Sabedora del pasado. Es lo que impulsa este cuerpo. Comparte su sabiduría y recuerdo conmigo. Solo que bueno, tiene que. Tiene que estar sumergida en sangre”.

“¡Fanáticos!” Sentenció Mahapu.

Etiquetas: Biblioteca del Fin del Mundo La columna de El Santa

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