Las cinco mejores novelas de Ciencia Ficción

La Biblioteca del Fin del Mundo - 1er Capítulo


¿Cuáles son los mejores libros, cómics y películas de la historia? En esta serie creada por El Santa (santaplix_el_santa), un muchacho escapa con su carpincho (sí, leíste bien) a través de un mundo posapocalíptico mientras hace la lista de textos a salvar en su... ¡Biblioteca del Fin del Mundo!

Una biblioteca, más que un edificio o una acumulación de objetos (o si se quiere, en estos tiempos digitales, un espacio de almacenamiento saturado), es un gesto de esperanza: uno agarra un montón de obras con el anhelo de que alguien quiera leerlas. Es, también, un reconocimiento a la capacidad de la humanidad para crear cosas que valgan la pena ser recordadas, por no mencionar la maravillosa idea de la posesión colectiva de la cultura.

Machuca no es una persona de sorpresa fácil, no después de todo lo que pasó. Pero, al levantar los ojos para comprobar el espejo retrovisor y ver un cachorro de carpincho en el asiento de atrás, junto a la caja de libros… Fue de madrugada, cuando ya el sueño le había copado la mayor parte de su cerebro. Esa misma madrugada, cuando lo rescató de una jaula a unos cuantos metros de una camioneta que había volcado -quedando ruedas al aire en la banquina-, decidió hacer aquel viaje más ameno y disfrutar de alguna compañía.

La ruta seguía tan vacía como en las últimas dos horas. Nada de autos atrás, adelante ni en sentido contrario. Aunque quisiera, tal situación no podía achacársela a todo el alboroto mundial: las rutas que van hacia el sur están siempre desiertas. Y ese es, a veces, un problema para Machuca, los tiempos muertos donde se siente la última persona sobre la tierra... más un carpincho. Es ahí cuando se pone a recordar.

Cuando el mundo se apagó, no tuvo dudas de lo que estaba pasando. “Los zombis serán opcionales”, pensó. Pero supo reconocer el comienzo del fin. Primero cayeron las comunicaciones inalámbricas. Las pocas personas que tenían -y sabían- usar un teléfono fijo intentaron averiguar algo llamando a las empresas prestadoras de servicio, primero, y a las municipalidades, después. Hubo quienes dijeron ver los satélites incandescentes destruyéndose al caer veloces en la atmósfera. Tres días pasaron de rutina forzada, mientras los diarios balbuceaban titulares sin ninguna información certera. Al cuarto día, ya no había más electricidad.

Sabiéndose con los niveles de autoestima bajos, supo que no iba a sobrevivir solo por sobrevivir, solo por pensar que su vida valía la pena. Pero tampoco no tenía el coraje para afrontar el final con algo de dignidad. Para salir de esta paradójica situación, se impuso una empresa tan loable que lo empujara a sobreponerse a cualquier cosa que el mundo le arrojara: una biblioteca.

Comenzó con lo que tenía en casa, libros viejos de ciencia ficción. Por motivos de espacio, cayó en la cuenta de que, entre todo, siempre debería optar por los cinco mejores. Y así escribió:

Frankenstein o el moderno Prometeo (1818)

Cómo no llevarlo, si todo lo que rodea a este libro es fantástico. Mary Shelley, quien podría definirse como la madre de la ciencia ficción, comenzó a escribirlo una noche tormentosa como un juego, un desafío entre su marido, Percy Shelley; un amigo en común, Lord Byron; y John Polidori. Dentro de este relato, ya aparecían arquetipos y tópicos que se repetirían dentro del género hasta nuestros días: el científico loco, los límites morales de la ciencia, ¿qué es ser humano?, la creación de vida artificial…

La máquina del tiempo (1895)

Es difícil elegir entre esta obra y La guerra de los mundos (1898), ambas de H. G. Wells. De los pioneros de la ciencia ficción, uno de mis preferidos. Le gana a Verne por varios cuerpos, por su componente de crítica social. Es que si algo es la ciencia ficción, es una revisión crítica de nuestra sociedad. Con La máquina…, Wells nos habla de la lucha de clases. Con La guerra…, del colonialismo. Pero el primer relato -y por eso lo elijo- usa de un modo aplastante uno de los recursos más potentes que tienen las novelas, los cuentos y los cómics: la elipsis. Y ver eso es algo que siempre vale la pena.

Las estrellas, mi destino (1956)

Alfred Bester no se anda con vueltas y nos presenta una historia de venganza hecha y derecha. Esta novela es una gran deudora de obras clásicas. Mientras la leés, recordás sus ecos en obras más modernas. Un dato curioso es que se publicó primero como libro, en Inglaterra, y meses después vio la luz serializada en las páginas de la revista Galaxy (el modo usual de publicación en Estados Unidos para este tipo de relatos).

Solaris (1961)

Aunque el polaco Stanislaw Lem nunca se identificó como un autor de ciencia ficción, escribió una de las historias más bellas y desgarradoras del género. Podría decirse que Solaris es la expresión definitiva y desoladora del típico encuentro con extraterrestres. Lem genera un mundo agobiante, incomprensible, donde la incomunicación es el punto de partida.

Neuromante (1984)

¿Por qué elegirlo? Fácil, si leés esta historia escrita por William Gibson ya vas a estar a medio camino de haber visto Matrix, Akira o Ghost in the Shell. Neuromante es el padre el cyberpunk y hermana de Blade Runner. Cuentan que William tenía más de la mitad del libro escrito cuando fue a ver la película y maldijo en colores por temer que su obra apareciera como una copia de la cinta. Pero, más allá de la imaginería compartida que estas dos maravillas de la ciencia ficción puedan tener, la densidad de conceptos que nos da la novela hacen que pueda apartarse como una obra totalmente independiente y rompedora. Esta obra es, para mí, el punto de inflexión que separa los relatos clásicos de los modernos.


Los cinco libros ahora iban de un lado al otro, dentro de una caja que supo pertenecer a una licuadora. El carpincho dormía. Machuca manejaba y miraba la ruta. El plan: irse al sur, y en el camino encontrar nuevas adquisiciones para su biblioteca del fin del mundo.

Etiquetas: Biblioteca del Fin del Mundo La columna de El Santa

Ver noticias por etiqueta: