Los cinco mejores relatos épicos
La Biblioteca del Fin del Mundo - 16º Capítulo
Podés ver el 15º capítulo de la Biblioteca del Fin del Mundo en este LINK.
¿Cuáles son los mejores libros, cómics y películas de la historia? En esta serie creada por El Santa (santaplix_el_santa), un muchacho escapa con su carpincho (sí, leíste bien) a través de un mundo posapocalíptico mientras hace la lista de textos a salvar en su... ¡Biblioteca del Fin del Mundo!
La bestia apareció por la noche, cuando el grupo dormía bajo el resguardo de una arboleda que crecía en la ladera de la montaña. De no ser por el finísimo olfato de Arami aquel hubiese sido el final de la aventura. Tal era el sigilo de aquel engendro gris. Pero para la nariz de la pelirroja el hedor a sangre y bilis era estruendoso. Se sobresaltó y en una explosión de polvo blanco se transformó en el lobo naranja. Corrió hasta dar con la bestia que deambulaba por los alrededores del campamento. La bestia al avanzar media cada uno de sus pasos para evitar las hojas y las ramas secas. Estaba hambrienta y no quería desperdiciar aquel festín. Arami saltó otra vez, acercándose en la dirección opuesta al viento. Otra explosión se produjo. Ahora, de la nube blanca apareció una figura antropomórfica que mezclaba a la mujer y el animal en un atlético cuerpo. La lobizona podía ver en la oscuridad, una ventaja que no necesitaba, pero que aceleró, para fortuna de la bestia, el desenlace de la batalla. Un zarpazo indescifrable abrió el vientre de la bestia. Las tripas y algunos órganos chocaron contra la tierra. Herido de muerte, el engendro que parecía un remedo de elefante bípedo daba golpes al aire e intentaba ensartar con sus colmillos a la nada. Cuando toda la sangre y las viseras estuvieron sobre la tierra, el gigante se desplomó. Estaba amaneciendo. La pelirroja, nuevamente en su pequeña forma humana, se descubrió Interpelada por los ojos sorprendidos de Mahapu y Machuca. El Tege estaba orgulloso. No tanto de ella como de su investigación. De su plan. Arami era perfecta.
El olfato de la lobizona roja había llevado al grupo al pie de una montaña. Hasta allí había rastreado el olor de…
“Ilica Barmin, al detectar el suceso que pondría en peligro a las tres esferas, intentó contactar con su colega. Su mediocre colega, si me permiten el bocadillo. Pero como decía Ilica, intentó transportar a su colega hasta su laboratorio para resolver juntos la crisis, pero debido a las constantes fluctuaciones energéticas entre los mundos, solo consiguió transportar esto” El Tege abrió un contenedor metálico. Dentro había una mano limpiamente amputada y cauterizada. “Cuando quiso repetir la operación, el epicentro de los destellos blancos había sido cambiado su localización. Ilica pudo circunscribir su objetivo a la parte sur del continente americano. Y es entonces donde yo aparezco en escena. Yo sería el explorador idóneo para dar con el objetivo", dijo el carpincho cibernético sin ocultar su orgullo.
“Ella en realidad fue quien olfateó y rastreó el epicentro, el laboratorio, el no-se-qué-acelerador hasta acá” estas fueron las palabras de Mahapu. Siempre lista para incomodar al Carpincho. Todo el relato que el Tege había pensado se atropelló y colapsó dentro de su hocico. “Bueno, bueno. Eso no es lo importante. Lo importante es que ya estamos acá y adentro de esa montaña, según nuestra guía” señaló a Arami “está nuestro destino final y afortunadamente tenemos”. Machuca levantó el translocador. “Todo parte del plan mi querido muchacho”, acotó el cyborg, reconstruyendo su orgullosa estampa. Y continuó: “Ahora, si me disculpan, tengo que ir a colmar mi piedra profunda y hacer los cálculos correctos para el salto". Los tres coincidieron en darse la vuelta para no ver al carpincho enterrar la cabeza en el cadáver de la bestia.
Una vez saciada su sed, el tege hizo los cálculos necesarios para el salto. Para minimizar el riesgo debían estar lo más cerca posible del punto de arribo.
Los cuatro caminaban en silencio adentrándose en el bosque de precordillera. Arami guiaba siguiendo los designios de su nariz, unos pasos atrás el carpincho corregía sus cálculos en tiempo real a medida que iban avanzando. Más atrás Mahapu y Machuca. Ella lanza en mano, disfrutaba del momento de calma, el paisaje majestuoso que se brindaba francamente ante sus ojos. El bibliotecario se afanaba entre dudas y ansiedad. A pesar de todo lo que había vivido, aún se empeñaba en intentar comprender las cosas según la ciencia que había conocido. Cuál sería la fase final del plan de su carpincho. Cuando escaparon de milgentes y el dragón marino voló por el aire junto con la ciudad, el cíborg consoló a la lobizona con unas palabras que se quedaron grabadas en el muchacho: “No importa, no te preocupes. Todo esto nunca va a haber sucedido. Tus seis hermanos, tu madre, tu padre, la ciudad entera... Todos van a estar bien cuando arreglemos esto".
Después de varias horas de caminata, un acantilado los detuvo. “Está allá, atrás de esa pared de rocas. Esas grises bien oscuras” dijo Arami. Se apartó en silencio, fue a sentarse en una piedra cerca del borde del acantilado. “¿Estás asustada?” Preguntó Machuca. Esta figura compacta y musculosa, de cuello corto y manos enormes, se había desarrollado a lo largo de veinte años transcurridos a centímetros de unas fauces que intentaban arrancarle la cabeza. Machuca era, en algún punto, como las mismas montañas que los rodeaban. Era algo nuevo, el tiempo no lo había erosionado. Y esto le otorgaba una candidez particular, que por ejemplo Mahapu a pesar de su buen humor, no tenía. Ella llevaba consigo la inevitable desconfianza que dan los años. “No. Asustada no. Estoy rara nomás. Igual ‘rara’. Yo sintiéndome rara. Yo que a los once empecé a convertirme en un lobo gigante… imaginate como es todo para que yo me sienta rara”. Arami rio y se escuchó como el agua al hervir estallando en burbujas que salpican fuera de la olla. “Che, sabías que soy bibliotecario. Estaba armando una biblioteca” aprovechó el muchacho para sentarse frente a ella. “Por si todo salía mal. Por suerte parece que vamos a arreglar el quilombo. Por suerte porque perdí toda mi colección”. Arami giró la cabeza para mirar al carpincho enfrascado en su artefacto de calcular. “Bueno, parece que el coso ese va a estar ocupado un rato con sus cálculos. Por qué no me contás alguna historia. Todo, todo. No se debe haber perdido”. Y le tocó la frente con un diminuto dedo blanco. Machuca sonrió y buscó entre los pasillos de su biblioteca algunas historias alocadas para aminorar el impacto de la tarea que tenían por delante:
Las Argonáuticas (s. III a. C), de Apolonio de Rodas
Es un poema épico (al estilo de La odisea) que narra las aventuras de Jasón y sus compañeros, entre los que se cuenta el ilustre Heracles. Este grupo de héroes parten en un barco llamado Argo en busca del vellocino de oro y es el “sota, caballo y rey” de la aventura. Todo ya está ahí.
Beowulf (fecha y autor desconocidos)
Poema épico anglosajón que tal vez recuerden por la película de animación homónima. Un héroe llega a un reino acosado por un monstruo y se encarga del asunto coronándose rey. Y allí queda hasta que lo encuentre su batalla final.
Gilgamesh (1800 a.c), anónimo
Es la aventura más antigua que recuerda la cuna de la civilización. Un rey, un viaje épico y su amistad con Enkidu. Uno de los mejores personajes que te vas a encontrar en cualquier universo.
Mahabharata (s. IV a.c.), atribuido a Viasia
Poema épico hindú. Intentar resumirlo en cuatro o cinco renglones es meterse en una empresa estéril. Pero bastaría decir que cualquier saga fantástica moderna al estilo de Juego de tronos se queda corta comparada con esta obra.
Viaje al Oeste (s. XVI), atribuido a Wu Cheng´en
Existe la posibilidad de que este erudito haya estructurado esa obra recopilando relatos más antiguos. Como sucede con el Mahabharata el despliegue creativo, los personajes y la escala que alcanza la aventura no tiene comparación.
El tege hizo un gesto para reagruparse. Los cálculos estaban listos. Ajustó el translocador. Esta vez Mahapu hizo girar el artefacto. Ella era la más alta. Nuevamente, un círculo brillante se abrió sobre sus cabezas. Se desvanecieron por un momento, volvieron a ser corpóreos para terminar de desaparecer. Habían viajado adentro de la montaña.
La expedición tecnificada
A unos kilómetros al sur, un portal de viento y luces violetas daba paso a una maquinaria andante. Parecía reptar sobre dos pares de orugas metálicas. La superficie de este acorazado estaba compuesta de cientos de pequeñas partes móviles superpuestas. Estas comenzaron a moverse cuando, desde dentro de la máquina, se dio la orden de desplegar un taladro. Un escalofrío recorrió la piel del tanque. Desde lejos se vio como ave gigantesca acomodando su plumaje. El cerebro de esta bestia era el capitán Impa Zam Majó. Esta expedición provenía de la misma esfera que había visto nacer al Tege. Transportaban cuatro generadores capaces de desplegar un campo de contención sobre el epicentro de los destellos blancos. Esto pondría punto final a toda esta locura. Solo tenían que llegar hasta el corazón de la montaña. Los preparativos para dar arranque al taladro se interrumpieron al sonar una alarma. Los cuatro tripulantes, también ellos acorazados en aparatosas armaduras, revisaron los instrumentos. Replicado en sus pequeñas pantallas, fueron testigos de lo impensado.
De la esfera de los tiempos infinitos
Al oeste, antes de que la meseta se transforme en precordillera, cuatro varas metálicas cayeron del cielo, formando un rectángulo. Unos relámpagos empezaron a saltar de un vértice a otro. Aumentando progresivamente la frecuencia y la intensidad de cada arco de energía. Este progresar culminó con un gran destello que al desvanecerse dejó sobre la tierra a siete exploradores. Llevaban trajes de supervivencia que les permitían mantener su tiempo y espacio constante. La lideresa de esta expedición era Miharma. Ella había desarrollado una variante del transfocador. Una vez adherido a algo podía programarse para transportar ese objeto a través de cualquiera de las once dimensiones. Ellos llevaban un mapa que contaba la localización del artilugio que había iniciado el colapso de las tres esferas. También mostraba la delgadez de una de las paredes de la montaña. Con unos cuantos explosivos podrían abrirse paso hasta su objetivo y solucionar todo esto. Cuando Las siete se pusieron en marcha, vieron que la montaña que debían alcanzar se desgarraba.
A uno y otro lado de la montaña, ambas expediciones vieron a la titánica masa rocosa partirse. La parte superior se elevó dando un imposible rugido. Y entonces comenzó a colapsar sobre su centro.
Después todo fue un destello blanco.
Unos minutos antes, El tege, Machuca, Armi y Mahapu aparecían en el vientre de la montaña.
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